sábado, 31 de mayo de 2008

Fathia

Cuando, al finalizar el día, entramos en aquella aldea polvorienta yo todavía no conocía a Halim y no sabía que iba a morir. Mis hombres estaban agotados y en el horizonte tronaba la guerra. Las ordenes que habían llegado de Jerusalén, como siempre, eran confusas y, aunque luego se negó una y mil veces, los blindados sirios habían entrado en combate. Todavía quedaba un montón de trabajo por hacer: deberíamos reconocer el terreno, buscar un lugar apto para asentar la base, marcar los recorridos de las patrullas, asignar los puestos de guardia, contactar la inteligencia local, montar, armar, subir, bajar... El descanso aparecía como inalcanzable, pero al fin, llegó.

Me despertó el silencio, la luz de la mañana entraba por el hueco de lo que, alguna vez, fue una ventana. Me levanté lentamente, tenía el cuerpo dolorido, la cabeza embotada y necesitaba desesperadamente una taza de café. Mi segundo, Arik, estaba parado en la puerta y a trasluz sólo pude percibir su silueta. Cuando escuchó que me levantaba se acercó a mi y con su tono pausado me dijo: -Descansá, el lugar está tranquilo.

No le contesté, me acerqué a la cafetera y me serví un poco en mi taza, no muy limpia, de aluminio. Estaba inquieto y no iba a dejar de estarlo. Arik lo sabía. Los sucesivos combates y las ordenes contradictorias nos habían arrastrado a un lugar que no conocía y que, durante la noche, no había podido ubicar claramente en le mapa.

--Arik ¿dónde está Ran? –pregunté--. Mandalo llamar, quiero inspeccionar el lugar yo personalmente.

--Te digo que todo está bien --me contestó--. Yo recién acabo de volver y, por ahora, todo se ve bien.

--Cuando salga --dije ignorando su comentario-- llama al 22 44, hablá con Hoffi de inteligencia y que te diga qué nos puede decir sobre este lugar. Luego llamá a Riff, que debe estar como loco, y pedile instrucciones.

--Nunca vas a cambiar --sentenció Arik mientras se dirigía a cumplir mis órdenes.

Al rato llegó Ran, mi chofer, con un par de soldados en el Jeep y un carro de combate con tropa de custodia. Me acerqué a ellos, saludando me senté a su lado y di la orden de partir.

La aldea, compuesta por un puñado de casitas bajas, estaba habitada por gente pacífica ocupada en sus tareas cotidianas. Los viejos nos miraban sin expresión, sentados en los bares fumando sus narguilas y los chicos, se maravillaban de nuestros pertrechos imaginándose a si mismos viviendo con ellos aventuras que, luego, sólo iban a desear olvidarse por el resto de sus vidas. Un par de escuelas, el ayuntamiento, el dispensario y la comisaría formaban parte del exiguo patrimonio edilicio del lugar. El sonido de las radios denunciaba la posición de nuestros hombres que, en lo posible a la sombra, hacían sus guardias.

--¿Qué pasó con Hoffi? --Le pregunté a Arik cuando volví--. ¿qué te dijo?

--No sabía nada. Según la posición que le pasamos, para él, el lugar no existe --me contestó--. Va a tratar de averiguar algo con el satélite. Dice que otra posibilidad, es que tomamos mal las coordenadas del lugar y que no estamos donde decimos. Todo esto me parece muy raro, para mi que este Hoffi es un inútil –concluyó--.

--Dejalo --le interrumpí--. ¿Qué te dijo Riff?

--Después de hablar con inteligencia la radio, a causa de la interferencia, quedó anulada. Pero en un rato voy a seguir intentando.

--Trata de armar con los muchachos una antena de emergencia --le ordené--.

Pero después de esto me puse a organizar la base a partir de la idea de que íbamos a tener que pasar un tiempo en el lugar.

A partir de ese momento los días comenzaron a discurrir lentamente. Las comunicaciones no se restablecían, carecíamos de ordenes, no sabíamos dónde estábamos y las explicaciones de los lugareños sólo agregaban confusión a la situación. Arik, con Haim de vitajon sade(1), aprovechando sus conocimientos de árabe había comenzado a armar una pequeña red de contactos con gente del lugar. Así se enteró que, si bien la población era pacífica, había un grupo armado que estaba decidido a darnos batalla. De todos modos nos comenzó a ganar la rutina cotidiana de las patrullas, las guardias, las comidas, las horas de sueño. Una repetición hipnótica de horarios y aconteceres que desmontaba lentamente nuestro espíritu guerrero y adormecía nuestros temores.

Yo había tomado por costumbre, una vez por día, sentarme en el bar de la plaza con un par de mis oficiales más jóvenes a tomar un fuerte café árabe, condimentado con hel y, mientras ellos charlaban, miraba la gente pasar dejando a mis pensamientos diluirse con el lugar.

Un día de esos mientras conversaba con los chicos, sin saber bien por qué, di vuelta la cabeza y alcancé a ver una muchacha que pasando frente a mi se alejaba hacia una callejuela lateral. Su porte era erguido y orgulloso, su carita dulce y su cabello largo se agitaba al compás de un andar firme. A último momento, sin previo aviso, dio vuelta el rostro y por un segundo me miró. Quedé viendo sus grandes ojos negros mucho después de saber que había desaparecido en el laberinto de callejuelas y aún hoy, después de tantos años, si cierro los ojos todavía puedo ver los suyos igual que aquel día. Poco después ella me diría que se llamaba Fathia.

-=0=-

Haim nos pidió a Arik y a mi que ordenáramos extremar las medidas de seguridad. Yo mientras lo escuchaba pensaba que, a veces, se parecía a una bruja, viviendo en las sombras, manejando información que los mortales comunes no podíamos saber, siempre temeroso y prediciendo futuros inciertos y oscuros. Cuando terminamos de ponernos de acuerdo en las acciones a seguir ya era pasado el mediodía. Le pedí a Ran que artillara el Jeep y con tres soldados más salimos a recorrer los puestos de guardia.

Ese día Haim había tenido razón. Mientras atravesábamos el caserío sentí un chiflido rabioso, un trueno ensordecedor y un golpe que me arrojó del Jeep como si hubiéramos chocado con un tren en marcha.

–Si escuché la explosión es que estoy vivo –Pensé mientras trataba de levantarme de entre escombros y arena que no sabía de donde habían surgido. Vi que mis compañeros estaban tratando de parapetarse detrás del Jeep volcado con aire perdido. Uno tenía la manga del uniforme manchada de sangre. A los gritos ordené tomar posiciones de combate y le pedí a Ran que avisara a la base desde su equipo. El tiempo seguía como suspendido y el silencio alrededor nuestro sólo estaba roto por un débil quejido que venía de cualquier parte. Me acerque al herido a mirarle el brazo.

--¿Estás bien? --le pregunté--. Por unos segundos me miró ausente y luego lentamente me hizo señas que si con la cabeza y entonces, empuñando mi pistola reglamentaria, me asomé por encima del Jeep. El misil nos había fallado por muy poco, el mayor impacto lo había recibido un negocio cuyo frente deshecho ofrecía una obscena visión de su interior. Me incorporé lentamente y me acerqué a unas maderas amontonadas en la vereda. Cuando las levanté vi el rostro de un chico herido que con los ojos cerrados emitía un suave lamento. Mientras lo levantaba con cuidado comenzaron a llegar algunos camiones con tropa, la que rápidamente se desplegó en la zona. Varios Jeeps tomaron posiciones y nuestras dos ambulancias de campaña se acercaron a nosotros.

--¿Está bien señor? --me preguntó el jovesh cravi(2).

--Si, atendé al chico por favor --le pedí--. Y también a Iosky que está herido en el brazo.

Arik se bajó del Jeep lentamente y mirando todo con interés se acercó a mi y me dijo

--Esta vez estuvo cerca, tuviste suerte. Te esperaban allí --y señaló la terraza de una casa de varios pisos que se veía a la distancia--. Deben haberse escapado saltando de techo en techo –remató--.

Los vecinos del lugar comenzaron tímidamente a asomarse de sus casas para ver el desastre. No había habido más víctimas. Solo el chico y mi soldado. El dueño del negocio había llegado atraído por el estruendo y se mesaba los cabellos quejándose a los gritos de su desgracia.

La radio de Arik se dirigió a el entre chistidos.

--Se escaparon --me informó--. No creo que los podamos agarrar.

Me acerqué a la ambulancia.

--¿Cómo esta el chico? --Le pregunté al paramédico.

--Bien, con cortes y magulladuras, pero bien --me contestó--. Pero lo tiene que ver un médico.

--Vamos al dispensario --dije subiéndome a la ambulancia--. Yo te guío --Le dije al conductor.

Cuando llegamos ya estaban esperándonos. Arik le debió haber pedido a Haim que les avise. El paramédico y una enfermera del lugar, empujando la camilla, se perdieron detrás de una puerta que tenía escrito algo en árabe que no me molesté en tratar de entender. Miré a mis hombres que, afuera, alrededor de los Jeeps fumaban un cigarrillo y conversaban vaya a saber de que. Vi un banco y me senté a esperar.

Cuando la vi venir hacia mi con el paramédico me quedé helado.

--Me llamo Fathia y soy la médica del dispensario --me dijo en un perfecto inglés.

Yo estaba mudo, sentí vergüenza de mi mismo, de mi suciedad y de mi torpeza.

--¿Cómo está el niño --alcancé a preguntar en el mismo idioma.

--Se va a reponer --me contestó--. Avisamos a sus padres y ya vienen para aquí.

--Soy el comandante de este batallón --le aclaré sin necesidad--. ¿Qué puedo hacer para ayudar? –pregunté.

Me miró a los ojos un instante y sin contestarme bajó los ojos.

--Nos emboscaron --seguí diciendo--. El chico estaba cerca de donde cayó la bomba. Lo salvó la columna que había en el frente del negocio.

--¿Usted está bien? --me preguntó.

--Si, la onda expansiva volcó el Jeep y uno de mis soldados se hirió en el brazo.

--Tráigalo para atenderlo --me dijo y dando media vuelta se alejó por donde vino y ya no la volví a ver.

Esa noche di infinitas vueltas en el camastro sin poder dormir. Salí afuera. El cielo estaba claro y tenía esa opulencia que sólo se da donde la tierra es avara. La luces del campamento se balanceaban lentamente. A lo lejos se adivinaba en la brasa de algún cigarrillo al centinela haciendo su interminable ronda. Comencé a caminar lentamente por el camino hacia el desierto hasta que me tragó su negrura.

Cuando volví, ya amanecía, frente a mi un Jeep cargado de equipos y soldados pasó a toda velocidad hacia algún lugar. Me sonreí recordando aquel dicho de nuestros tiempos de instrucción “En el ejercito, aunque no haya nada que hacer hay que hacerlo rápido”. Haim desde el puesto de guardia me miraba curioso. Un nuevo día comenzaba.

-=0=-

Después de esa oportunidad la vi varias veces. Cada vez que alguien se sentía mal o se lastimaba lo cargaba en el Jeep y, con mi chofer Ran o sólo, lo llevaba al pequeño dispensario donde aprovechaba para charlar con ella.

Fathia muy despacio, tímidamente, comenzó a conversar conmigo cada vez más. Al principio sólo contestaba mis preguntas, luego, de a poco, les fue agregando alguna impresión personal. Un día me hizo un comentario sobre su familia, compuesta por su padre y su hermano, a los que me dijo que quería mucho. Hoy, a la distancia, recuerdo con extrañeza que de su madre no habló nunca. Le conté de mis padre, allá lejos, viviendo en ese exótico país de donde vine de tan joven. Me dijo que me comprendía y me hablo de sus estudios en esa tierra tan diferente a la de su aldea, donde no conocía a nadie y nadie la conocía a ella.

Me gustaba verla trabajar. Se veía tan seria, y concentrada sobre su rostro infantil y delicado que me hacía sonreír con ternura.

--¿Qué pasa? --me preguntó un día.

--Me gusta mirarte --le dije.

Se sonrojó y el resto de ese día la sentí retraída y distante.

Mis días transcurrían tranquilos. Organizaba las patrullas, las guardias, los suministros. Asignaba horarios, lugares, personas. Nos reuníamos a discutir con Arik, y Haim de cosas importantísimas de las que ya ni me acuerdo. Pero siempre me hacía un rato para tomar mi café con hel en aquel mismo bar con algunos de mis muchachos.

Un hermosa mañana me decidí a invitar a Fathia a salir. Le pregunte a que hora terminaba de trabajar.

--Te paso a buscar con el Jeep para ir a pasear y a conversar un poco --le propuse.

--No pueden vernos juntos --me contestó poniéndose seria.

--Sería solo un ratito. Podes decir que había un herido en la base y que tuviste que atenderlo. –argumenté--. Después te llevo a tu casa.

Ella se resistió suavemente, pero mi obstinación vehemente fue desarmando cada una de sus objeciones hasta que, no muy convencida, aceptó que la pase a buscar por el dispensario al atardecer.

Ese mismo día mientras almorzábamos, aprovechando que estábamos solos, Arik salió de su reserva para hacerme un comentario.

--Haim no ve bien tu relación con la médica del dispensario –me dijo.

--No me hagas enojar Arik –le contesté.

--Vos ya lo conocés --me insistió--. No te digo nada nuevo.

Arik tenía razón yo lo conocía bien a Haim y luché para que cierto oscuros presagios no comenzaran a nublarme el alma. A la tarde, cuando finalicé el trabajo más urgente decidí dejar el resto para más tarde y, sólo, fui a sentarme un rato al bar.

Mientras esperaba mi café vi pasar lentamente, frente a mi, uno de nuestros carros de combate con tropa en misión rutinaria de patrulla. Me quedé viéndolo hasta que desapareció en una de las calles laterales. Justo en el momento que llegó el mozo con el pedido escuché un tiroteo intenso que a los pocos minutos se fue haciendo cada vez más esporádico hasta acallarse por completo.

La patrulla, pensé mientras sacaba mi arma y corría hacia el lugar de los disparos. Cuando llegué vi a uno de mis hombres tirado al lado del carro, como un muñeco desarmado. Los demás, desparramados por la calle, buscando amparo detrás de cada piedra, cada desnivel de la calle, escudriñaban, nerviosos, los techos de las casas del vecindario. Más lejos, pasando la esquina, dos figuras confusas en el suelo.

--Cuidado señor --me dijo un soldado acercándose a mi--. Hay francotiradores. Nos emboscaron.

Yo no escuchaba nada, con mi arma amartillada en la mano me fui acercando a las figuras que se fueron aclarando y tomando forma paso a paso. Otro soldado se incorporó al primero y oteando inquietos las alturas me acompañaron hasta que llegué hasta la figura de una mujer que, de espaldas a mi sostenía el cuerpo exánime de un muchacho a cuyo lado había un fusil con una mira telescópica.

Pasó una eternidad.

Cuando ella giró la cabeza y me miró con aquellas grandes lagrimas surcando sus mejillas, sentí como si una joya de cristal irrecuperable se estuviera rompiendo en mil pedazos sobre un piso de mármol.

--Señor hay que retirarse --me dijo uno de los soldados y agarrándome del uniforme de cualquier manera comenzó a arrastrarme lejos de allí.

Arik llegó en su Jeep

--Subí –-me ordenó--. Viajamos en silencio hasta que llegamos a la base,

--Era su hermano Halim --me dijo cuando me bajé--. Hace un rato volví a hablar con Haim y por lo que entendí ya sabía sobre el.

No le contesté nada, di media vuelta y lentamente entre al campamento.

-=0=-

Antes de que Arik me despertara ya sabía que en el horizonte de ese amanecer la artillería había recomenzado su retumbo.

--Se restablecieron las comunicaciones --me dijo sacudiéndome--. Riff tiene instrucciones para vos.

Me levanté de la mesa donde me había quedado dormido y me acerqué a la radio. Dos columnas avanzaban hacia el oeste a quince kilómetros al norte de donde estábamos. Había que tomar posiciones rápido.

En dos horas estábamos preparados para partir. Ran me esperaba con el Jeep en marcha a la cabeza del convoy. Me senté a su lado y di la orden. Cuando miré para atrás vi la aldea esfumarse lentamente en medio de la nube de arena que levantaban las orugas de los nagmashim(3) y los neumáticos de los camiones.

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1.- Seguridad de campo, inteligencia
2.- Paramédico de combate
3.- Vehículo blindado

2 comentarios:

Juan Pablo Peralta dijo...

Amigazo, gracias por la visita y estamos leyendonos. Un abrazo. Juan Pablo Peralta
www.portaldelperiodista.blogspot.com

Anónimo dijo...

Muy buen artículo