lunes, 6 de abril de 2009

El 14 de enero de 1922

En la puerta un agente me saludó formal mientras yo subía al primer piso. La habitación ya estaba llena de gente. El cadáver miraba fijamente el cielorraso en un costado de la habitación a unos metros de una puerta que anticipaba el salón comedor. En el suelo vidrios rotos.

--Lo estábamos esperando comisario Galíndez –me dijo el médico forense mientras acercaba su corpulenta humanidad.

--¿Qué pasó?

--Tres tiros en el pecho. Murió enseguida.

--¿Algún sospechoso?

No me contestó. Con el dedo señaló una muchacha de unos dieciocho años que, a mi espalda, esperaba sentada, humildemente vestida, en una esquina de la estancia.

Me acerque al muerto. Era un hombre grueso, de barba clara y pelado. El rictus de su boca y su mirada habían quedado congelada en un odio eterno. Un pedazo de vidrio de lo que en algún momento fue un vaso brillaba en el centro de un charco de agua sobre el piso de madera no lejos de su mano.

--Señor, ¿que hacemos con la muchacha? –me pregunto un agente.

Me acerque a ella. Levantó fugazmente hacia mi sus ojos temerosos. Sus manos jugaban nerviosas en su falda. Me puse en cuclillas frente a ella.

--¿Como te llamas? –pregunté con una sonrisa cálida.

--Emma.

--¿Emma qué?

--Zunz

--Bien Emma, ¿que pasó?

--Yo trabajo en esta fábrica –explicó—y hay problemas con el personal. Estábamos por comenzar una huelga. El señor Aarón Loewenthal, que es el dueño, me llamó para hablar. Pensó que yo sabía algo y de pronto –mientras hablábamos- me atacó y se abusó de mi. Entonces lo maté.

Terminó de hablar, bajó los ojos y sus manos, independientes, continuaron tejiendo angustia.

La observé cuidadosamente. Su guardapolvo gris –como correspondía a una obrera- estaba prolijo. Era limpia y en su nuca su cabello tirante remataba en un rodete.

--Emma, cuando te atacó, ¿luchaste con él?

--Si, me resistí, pero era demasiado fuerte.

--¿De donde sacaste el arma?

--De su escritorio. Lo tenía en un cajón. Todo el mundo lo sabe.

Mire el mueble de madera.

--¿Cómo hiciste para tomar el arma Emma? está lejos y no creo que él te lo haya permitido.

--Yo estaba muy alterada y fue a traerme un vaso de agua. Entonces agarre el revolver y cuando volvió le disparé.

La volví a mirar varios largos segundos, fruncí el ceño y me incorporé. Me dolían las articulaciones.

--Esta mintiendo jefe –me dijo uno de mis asistentes al que llamabamos “el corcho”,— No hay rastros de lucha ni en el muerto ni en la muchacha. Ella no lo arañó y él no le pegó. Debe ser uno de esas anarquistas. Ud. sabe.

No, yo no sabía. Me acerque a la ventana. Desde allí se veía el patio. En él una cucha de madera con techo rojo. Dentro de ella un mastín dormía asomando su hocico por la puerta.

Un agente subió por la escalera.

--Señor, un par de empleados de la fabrica me dijeron que el padre de la muchacha también trabajó aquí –me dijo acercándose y en voz baja cuando llegó.

Arqueé la cejas, interrogantes.

--Se llamaba Emanuel Zunz y fue cajero de la empresa hace ocho años, en 1916 cuando el muerto era gerente general. Se dijo que se quedó con plata de la empresa. “El desfalco del cajero” lo llamaron los diarios.

Me pareció recordar algo del caso. Miré nuevamente al muerto. Un borrón rojo manchaba su rubia barba y su camisa blanca.

Volví a la muchacha.

--Contame Emma, ¿que hiciste hoy?

--Trabajé hasta las doce. Como todos los sábados.

Quedé desconcertado.

--¿Que día es hoy?

--Es 16 de enero –me dijo mirándome extrañada.

Me paré nuevamente. No podía estar tanto tiempo en cuclillas. Mis rodillas ya no eran lo que habían sido. “El corcho” se acercó presuroso.

--A veces pienso que estoy loco –le dije dándole la espalda a Emma-- ¿me podés decir que día es hoy?

--Lunes 16 de enero de 1922.

Fui a traer una silla. Poniéndola al revés frente a Emma me senté a horcajadas apoyándome en su respaldo.

--¿Que hiciste ayer?

--Trabaje todo el día y al final del día nos fuimos con mi amiga Elsa a anotarnos en gimnasia y pileta en un club del barrio. Después nos reunimos con otra amiga para conversar.

“El corcho” anotó la dirección y los nombres de todo lo que nombró Emma en un arrugado papel que sacó de su bolsillo.

El agente que había mandado a la casa de la muchacha ya había vuelto. Le hice una seña que se acerque e inclinándose sobre mi oído me dijo que –según una vecina- el sábado había recibido una carta y que luego la escucho llorar hasta tarde.

--¿La tenes? –le pregunté.

--Si, la encontré rota en el papelero de su cuarto.

Me dirigía a Emma.

--¿Hace un par de días recibiste una carta? –le pregunté.

--No –me contesto sin mirarme.

--No me mientas, mataste a una persona y mentirle a la policía es muy grave.

--Si, la recibí –confesó en vos baja.

--¿Cuando? --le pregunte.

--El jueves 14 de enero.

Sin embargo ese 14, día que Emma recibió la carta fue sábado, el día siguiente que dijo que trabajó fue domingo y el día que mató a Loewenthal lunes. Para ella todo sucedió dos días antes. Nunca pude saber que pasó durante la laguna creada entre las fechas de lo que ella me contó y de lo que realmente pasó.

El juicio tardó meses pero cuando llegó fue breve. La diferencia de días en sus declaraciones no fue tomado en cuenta. Nadie trató de reconstruir la carta que recibió de Brasil de un tal Fain el 14 de enero, no investigó a fondo su contenido ni el hecho que su padre había sido acusado hacía ocho años, en esa empresa, de un desfalco. Nadie se interesó por lo que hizo la tarde del 15. Los jueces adujeron en su favor algo sobre su juventud y cierta confusión por emoción violenta. De su sentencia sólo recuerdo vagamente que hablaron de legítima defensa.

Siempre pensé que la familia del muerto –si bien lo negaban- sabía algo sobre lo que había sucedido hacía ocho años con el padre de la muchacha, y temerosa facilitó el cierre pacífico del expediente.

Los pasquines anarquistas y sindicales de la época convirtieron a Emma en una mártir de la explotación obrera. Los diarios conservadores –añorando viejos tiempos- alertaron sobre el peligro a la paz social que significaban la agrupación de los trabajadores en organizaciones gremiales. Pero la mayoría publicó la noticia en la sección policiales.

Todos sin excepción –por el error de un joven secretario del juzgado al comentar a la prensa el expediente- publicaron que el crimen se produjo un sábado. El sábado 16 de enero de 1922.

Y así quedó.

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Basado en el cuento "Emma Zunz" del libro “El Aleph” de Jorge Luis Borges.

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