miércoles, 13 de mayo de 2009

El peligro era yo

El pobre viejo era un guiñapo. Poco le quedaba de hombre, si alguna vez lo tuvo. El cuarto era un desastre. Sus ropas sucias, sus uñas largas, los talones de sus descalzos pies resecos y cuarteados. Sus pocos dientes me sonreían desde un colchón mugriento sobre el piso. Eso sí, el colchón estaba puesto sobre diarios como para que no se ensuciara.

“¿Para que me mandó aquí Haim?, pensé irritado, “este tipo no justifica ni siquiera el valor de una bala”.

Tantos años de decir “si señor, no señor” fueron más fuertes. Con los ojos –en principio- busque una silla pero terminé arrimando un cajón de manzanas.

El viejo hablaba una mezcla de idiomas de los que pude distinguir un dialecto árabe que alguna vez escuche en el Líbano mezclado con un hebreo mezclado con el fuerte acento de los territorios ocupados y la Franja de Gaza.

Metí la mano debajo de mi campera y acaricie la FN M1910 que –como sucedió en 1914 con el archiduque Francisco Fernando- esperaba que cumpliera órdenes.

Sin embargo algo me detuvo. Quiero dejar aclarado definitivamente que nunca falte a mi deber, nunca dude a la hora de cumplir las ordenes impartidas y jamás cuestioné el criterio de mis superiores. Algunos h... de p..., años después, dijeron que me faltó fuerza de voluntad, que ya era viejo para mi trabajo –aunque en aquel entonces sólo tenía 49 años- y que mi lealtad ya tambaleaba.

Mentiras!. Yo –en ese entonces- era acero del mejor. Jamás me tembló el pulso ni dudé a la hora de cumplir con mi deber. Pero me fui al c... Este no es el momento de hablar de mi ni de tratar de justificar todo lo que pasó después. Este es el lugar exacto y el momento justo para contar lo que me dijo ese viejo desarrapado, desdentado y sucio.

--No estoy loco... no señor –me dijo señalándome a los ojos con un flaco y nudosos dedo y reconozco que eso me hizo cierta gracia.

--¿Quién dice que estás loco?

---Ellos. ¿Te crees que no lo se?. No solo lo dicen, lo repiten a todo aquel que quiera escucharlos. –Se repechó en el colchón y se tapo con una mugrienta frazada dejando ver sólo sus ojos.

Me reí. Yo se que no es profesional. Yo se que fue una torpeza mostrar –sin ningún beneficio aparente- lo que realmente me hicieron sentir sus palabras. Pero como lo explique luego no lo pude evitar el viejo me divirtió, me hizo reír. Era una pena tener que cumplir órdenes, pero para mi él sólo era una caricatura.

--Soy tu amigo –le dije –hay gente que le interesa cuales son tus teorías –le dije en la mezquina intención de satisfacer mi propia curiosidad mientra acariciaba el seguro de mi arma en la cintura.

El viejo me miró desconfiado.

--¿Te mandó Haim? –me preguntó.

--Noooo –le contesté poniendo cara de inocente.

--Jajaja, debe estar muy mal para mandarte a vos.

Me irrité. Cada peldaño de esa endiablada a escalera me la había ganado con mucho esfuerzo: cursos, antigüedad, la evaluación de mis superiores. También la había ganado a costa de de ella y su paciencia. El viejo no tenía derecho a burlarse de eso. Podía reírse de mis ideales, de Haim y –sin contárselo a nadie- hasta de nuestros colores, pero no de ella.

Mi mano volvió a la culata del arma, esa que alguna vez desato una guerra mundial. Él no podía reírse de ella.

--¿Sabes por que Haim no me quiere?

--No

--Porque soy su único enemigo que penetró todas sus defensas y entendió su propia vida privada.

De tan estúpida la explicación me pareció creíble.

--¿Con su mujer? ---pregunté

---Si

--¿Y que entendiste?

--Que está embarcado en una lucha de poder

--Estas loco, Haim promueve la igualdad de géneros como todos en su partido

--Idiota! –me increpó ¿Te hable de lucha de poder o de igualdad de géneros?

En ese momento como no entendí, dudé.

Craso error. El viejo comenzó a hablar de una lucha de poder de géneros que nada tenia que ver ni con mis conocidas guerras contra palestinos ni con israelíes. Llegué a dudar de mis propias órdenes. Para mi estaba loco y teníamos un lugar –que nadie conoce- en Herzlia para tipos como él. Mi mano –ya relajada- abandonó mi arma en la cintura.

Hoy –a la luz de los hechos- me doy cuenta que Haim tuvo razón. Esa guerra ya comenzaba. Pasaba  por lados que yo -en mi torpeza -todavía no sabía.

Nunca cumplí con mi deber. Mi argumento de que hasta Cristo –que sin conocerlo trataba de cumplir con el plan de su propio padre- le preguntó por qué lo abandonó solo los irrito mas.

No eran necios.

Tan sólo yo fui un estúpido. Pero bueno, ahora lo estoy pagando.

La próxima vez haré un esfuerzo mayor.

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