lunes, 4 de mayo de 2009

Un 10 de octubre

Ese día -como todos los días- el hombre salio a su trabajo de noche. Unos mates apurados mientras la familia dormía anticipó el desenganchar del carrito y tomar la senda hacia el paradero del tren.

Durante el viaje no paso nada diferente a las tantas madrugadas que vivió durante los últimos años salvo por un pequeño detalle: le pareció que un caballo flaco, debajo de un poste de luz, en un potrero, lo seguía con la mirada al pasar del tren.

Con el despunte del sol llego a su destino, bajo el carrito y comenzó su recorrido.

El hombre era meticuloso, concentrado y tenia experiencia. Revisaba cada bolsa rápido y en forma eficiente. Casi sin tocarlas sabia si había algo de valor. En su carrito rápidamente se apilaban en una esquina las botellas, en otra los diarios, los cartones.

El transito no lo asustaba. Sabia como avanzar, sortear los coches, esquivar las bicicletas.

La segunda cosa que vio al poco tiempo de comenzar a trabajar tampoco le llamó -en ese momento- tanto la atención. Una mujer con un vestido a lunares caminaba por calle con su bolsa de compras. Si bien no era un modelo moderno y ya no se usaba, tampoco había que considerarlo como algo tan extraño.

“Se debería llamar dona Rosa” se sonrío recordando la muletilla de algún periodista ya desaparecido.

Pero al mediodía cuando vio al cobrador de gas se dio cuenta que ese día no era común. "Los cobradores de gas ya no existen" pensó alarmado y se dio cuenta que algo poco usual debía estar por suceder.

Faltaba un ultimo indicio. Tal vez no algo tan extraordinario como un hombre haciendo algo que ya no existe o tan trivial como a su doña Rosa con un vestido a lunares. También -pensó angustiado- podía ser que la señal llegara después del hecho aunque -ojala fuera así- lo anticipara.

Ya a la tardecita su carrito estaba lleno. El día no había sido malo. Había hecho como para arroz, harina, yerba y -para su pequeño- alguna de las gaseosas que tanto le gustaban.

Entonces vio un niño que jugaba a la pelota. No había en eso nada especial. El pibe era como todos -como sus propios hijos- y la pelota una mas de las que por pocos pesos se podían comprar en cualquier lado. Sin embargo el supo -se dio cuenta- que estaba frente a la ultima señal. Tal vez la mas importante. Su paso se ralentizo y su inspección de las bolsas se hizo mas minuciosa.

El chico jugaba a mantener la pelota en el aire con su cabeza.

El hombre, luego de revisar completamente la vereda derecha comenzó con la izquierda.

El chico casi pierde la pelota y la ataja antes de caer a la calle. Levantándola ágilmente comienza a sostenerla en el aire con el empeine de sus pies.

Cuando el hombre ya había promediado el trabajo del lado izquierdo de la cuadra comenzó a dudar. "Tal vez no sea esta la señal que espero" pensó ansioso.

Quedaban tres bolsas.

En la primera solo al levantarla ya pudo distinguir un bulto parecido a un ladrillo. La abrió despacio. Era un paquete envuelto en papel de diario. Adentro un grueso fajo de billetes apretados con bandas elásticas. El hombre ya mas sereno lo volvió a envolver y lo guardo en el interior de uno de los interminables bolsillos de su pantalón, tomo su carrito y retomo su camino.

Cuando llego al final de la cuadra miro para atrás.

El chico de la pelota ya no estaba.

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